martes, 2 de junio de 2009

Rutina

Yo no tenía nada, más bien un mundo de inquietudes y miedos insospechados me tenía a mí, me tenía preso y me usaba. Me sentía como depositario de las preguntas de todo el mundo, como una caja de esas en las que los clientes depositan sus sugerencias. Pero no tenía las soluciones, ni las respuestas. Intentaba encontrarlas en los otros, en las otras cosas. Llegué a pensar que así como a mí me habían tocado todas las preguntas había alguien a quien le habrían tocado todas las respuestas. Teníamos que encontrarnos. Al menos, yo tenía que encontrarlo a él. Pero ¿dónde? ¿cómo? Si ni siquiera podía encontrar una sola de las respuestas a las millones de inquietudes que esperaban y tocaban a mi puerta, a la puerta de mi casa, a la puerta de mi alma, ¿cómo iba a encontrar a ese otro que lo sabía todo? Eso, si era que existía.

Suponía que ese otro estaría por ahí encartado con tantas frases, con tantas afirmaciones, regalándolas, vendiéndolas, siendo feliz tal vez. De todas formas, pensaba yo, era mucho mejor tener certezas que preguntas. Que era más fácil compartir las primeras y que, al fin y al cabo, ésas y no las otras son las que todos buscan. Tendría entonces, por supuesto, cientos de amigos, muchos más que yo. Más oportunidades, más alegrías. ...Pero saberlo todo a veces debería resultar aburrido... hasta creí. Definitivamente necesitaba encontrarlo y sostener con él o ella una conversación infinita, hasta el fin de mis días.

Fui a lugares festivos pensando que ése tendría que ser su espacio si era feliz. Busqué en ventas de helados, conciertos, fiestas de quince, celebraciones de aniversario, centros comerciales, discotecas, centros de meditación, prostíbulos, moteles. Me encontraba siempre con el mismo “no sé” cada que preguntaba por el que tiene las respuestas. Decidí buscar en los lugares tristes entonces, con suerte me estaría buscando. Pero en bares, confesionarios, cementerios, casas de empeño, bancos, oficinas de pago, hospitales, cárceles, divanes, tampoco estaba.

Ya, sentado, cansado, en la última barra que me acogía, me pregunté para qué lo andaba buscando, qué iba a hacer con todas las respuestas, para qué las quería si iba a agotar mis días escuchando y tratando de entenderlas. Desde lejos me observaba la chica que servía los tragos en la cantina. Yo sentía que se me estaban saliendo las preguntas por todos lados y que por eso ella me estaba mirando. Noté que se acercaba, disimulada. Cuando la supe cerca hice mi último intento, sin esperanza, y le pregunté por el que tenía las respuestas. Me miró como si no entendiera y me increpó “¿Acaso hay alguien que las tiene? ¿Qué quiere saber?”

Suspiré al confirmar lo que ya sabía, que todo este tiempo lo había perdido y, tal vez porque ya tenía muchos tragos en la cabeza, me entregué a la idea de que las respuestas estarían regadas por ahí, dispersas, por todas partes, por todas las personas. Y entonces yo, que no tenía nada, tendría que llenarme de valor para salir de aquella taberna a encontrarme con la vida, la única que me llevaría a los lugares y a las personas que me entregarían, a pedazos, mis respuestas.

Escrito en abril de 2006

4 comentarios:

Diego dijo...

hola me paso
muy padre tu blog..suerte
sigue asi
=)
adios

JuanSe... dijo...

Los caminos de la vida dice la canción, donde podemos encontrar todo nada más que viviendo, a veces yo también salgo a buscar respuestas en lugares poco normales y lo que me encuentro es con muchas más preguntas... tenés mucha razón al expresar que las respuestas se encuentran a pedacitos y con distintas personas, tal vez así sea según el destino más fácil de digerir la realidad.

un abrazo... llegué acá gracias a Carlos Munera...

Gloria Estrada dijo...

Bien, Diego, volvé, ok?

Gloria Estrada dijo...

JuanSe, qué bonito lo que decís... estamos en búsquedas infinitas, por fortuna no siempre con éxito, no siempre sin tropiezos.
bienvenido y saludos a nuestro amigo Múnera