jueves, 30 de julio de 2009

Incurable

Quizá es hora. ¿Quién sabe cuándo es la hora? Al fin y al cabo todos siempre creen que por algún motivo van a llegar a viejos, van a morirse de viejos y van a tener tiempo de pensar en todo, de resolverlo todo.

Eso pensó Martín cuando, después de una calurosa noche de sueño intenso, se giró de costado para ponerse en pie del lado derecho de la cama. Para la buena suerte, levantarse con el pie derecho, decía desde hace quince años cuando escuchó la idea en algún programa juvenil de radio. Pero esta mañana derribó con ese pie el vaso todavía con agua que tenía sobre el tapete. Mal augurio, se dijo mientras recogía el vaso. Pero lo olvidó en cuanto se miró en el espejo del baño. Abrió la boca como en un grito callado, haciendo ejercicios de estiramiento. Se lavó la cara, se cepilló los dientes, se secó las manos; se dirigió a la cocina.

La nevera vacía. Tendría que haber ido al mercado hace como tres días pero se los pasó encerrado en casa, leyendo blogs y prensa en Internet y, a modo de descanso, haciendo crucigramas. Escarbó lo último de un frasco de café instantáneo y tomó la bebida sin azúcar.

Sentado luego en la sala, con el computador portátil sobre sus piernas, se dijo que sí, que era hora. Hora de poner en un cuadro de Excel la lista de las personas a las que querría que su familia avisara cuando él ya no esté, cuando decida morirse.

En una columna, los nombres y en las dos siguientes, los datos de contacto. No estarán los obvios, claro; será la lista de aquellos que sus padres no tendrían por qué saber que existen o que son importantes. Pondrá allí ex novias, ex amigos, ex compañeros, pero, sobre todo, navegantes naufragantes conocidos en Internet, colegas blogueros de distintas partes del mundo que se quedarán esperando sus repentinamente cortados comentarios. Hora también de poner en una lista, numerada o con viñetas, puede ser en Word, a quién deberán ser entregados sus libros, revistas, plantas, ropas, sombreros, cuadros, fotos, manillas y zapatos.

No es que Martín esté desahuciado o moribundo. Sólo es un tipo precavido y cuidadoso. Sobre todo, un tipo desocupado y solitario.

2 comentarios:

Víctor dijo...

Pues yo, Gloria, no pienso preocuparme por ello como Martín. Cuando vuelva hacia la nada de donde vengo, y espero tardar mucho, ya se apañarán en repartir mis cosas los que queden. Sólo haría testamento para mi humilde biblioteca: y se la daría únicamente a alguien que la aprecie como yo, y no vea sólo un montón de papael escrito.

Saludos lelos!!!

Gloria Estrada dijo...

Estoy de acuerdo con vos Víctor. Sin embargo hay quienes, como Martín, parecen estar muy apegados a los objetos...
Lo otro es que debe ser teso, o al menos bastante particular, tomar la decisión y afrontarse a la escritura de un testamento, no?

Un abrazo.