jueves, 23 de julio de 2009

Números reales

Código 427.005 se levanta de la cama, estira los brazos hacia arriba con un largo bostezo. Está oscuro aún, son las cuatro de la mañana. A las cinco pasa el bus 03, a seis cuadras de su casa, para llevarlo a la fábrica. El chorro de agua fría lo acaba de despertar. Código 70.102, su compañera, se voltea boca abajo en la cama de 1,20 por 1,90 y tumba, sin darse cuenta, la almohada de 427.005 al suelo. Ella llegó de trabajar hace apenas un par de horas.

Al salir del baño, el hombre se pone la camiseta blanca y verde con letrero de su equipo favorito, un poco de loción, pantaloneta, bluyín, medias y zapatos deportivos. En la cocina calienta un poco de aguadulce y la acompaña con la última tostada que encontró en la alacena. En el refrigerador, él mismo dejó empacado el desayuno-almuerzo para llevar; lo echa en su mochila junto a la tarjeta con su número, las llaves de la casa y un delantal azul sin doblar.

427.005 baja los 75 escalones que hay desde el quinto piso donde vive hasta el portón del edificio. Camina rápido hasta la parada del bus y espera. El bus 02 pasa por el carril izquierdo, veloz y lleno de hombres y mujeres, obreros todos, números todos. Siete minutos después pasa el bus 03 y 427.005 lo aborda junto con otros dos tipos que no conoce y que llegaron en el último instante.

Media hora después, en la que ha logrado dormitar un poco, 427.005 está en una fila que empieza en el bus, continúa a lo largo de la entrada a las instalaciones de la fábrica, se junta más adelante con otras filas y forma luego una única y larga hilera de delantales azules con grandes números en la espalda que se apresta a marcar tarjeta, cruzar el portón de hierro e ingresar, cada uno, al sitio de producción que le corresponde.

427.005 alcanza a ver a lo lejos a su gran amigo 110.621, que hoy ha llegado con un nuevo corte de cabello. Era su parte de la apuesta: su equipo de fútbol perdió anoche, por eso nuestro hombre lo saluda con su mejor sonrisa de ganador.

El turno ha sido relevado y números de cinco cifras en adelante han comenzado a producir. Los números de menos de cinco dígitos ya están en casa -recibiendo alguna pensión-, enfermos, retirados o muertos. 427.005 repasa ojales de camisas hace diez años. Esta semana está en el horario de seis de la mañana a dos de la tarde. Su momento para comer comprende quince minutos y empieza a las nueve y media. Hoy ha llevado arroz, tajadas de plátano maduro y huevo cocido; en el quiosco compra una gaseosa. Traga entero junto a 110.621, quien, luego de suspender su actividad doblando cuellos, perdió dos valiosos minutos acercándose a su amigo.

El supervisor, 20.888, parece que tiene todos los años del mundo, está a punto de jubilarse, empezó barriendo las instalaciones, luego pegó botones, pasó a portero y lo devolvieron a la planta para supervisar. Despacio, se acerca a 427.005 y le dice que el jefe quiere hablarle.

307-RDA, más conocido como don Rodrigo, lo recibe reclinado en su silla forrada en cuero. Tiene una máquina de escribir, una cosedora y cientos de papeles, cartones y telas en su escritorio. La lámpara de techo sobre su cabeza titila, cualquier día se apaga del todo, y se escucha el goteo de una llave en el baño de don Rodrigo, jefe encargado de la planta, sobrino o primo lejano (no se sabe con certeza) del dueño de Confecciones ICP y Cía.

El sujeto le dice a 427.005 que sabe de su pericia como plomero, que por favor revise la llave del lavamanos, que está a punto de enloquecerlo ese ruido, que le pagará el esfuerzo.

Mientras el obrero pone un recipiente debajo del lavamanos, desenrosca la llave y examina el empaque, su jefe lo sigue, lo mira y le pregunta cómo van las cosas en la fábrica. Bien, qué más puede responder. El silencio se hace, para fortuna de ambos. 427.005 le indica que debe comprar un nuevo empaque, que éste no sirve, que él mismo lo puede conseguir en cuanto salga del trabajo e instalarlo mañana temprano. Así quedan.

427.005 termina su jornada y está subiendo las escalas a su casa pasadas las tres de la tarde. Descarga su mochila en el suelo y levanta en sus brazos a Santiago, su pequeño de dos años; mientras Camila, de seis, lo arrastra para hacer la tarea. Va a lavarse las manos primero y en el baño se encuentra con 70.102 que está peinándose, él le roza la mejilla con los labios. Ella acelera, está un poco retrasada para pasar por el banco a pagar los servicios, que vencen hoy, antes de abordar el bus 02B a las cinco en el parque del barrio. Su tarjeta debe estar marcada a las seis de la tarde, hora en la que, de delantal blanco, cabeza cubierta y envolviendo los primeros bocadillos, inicia su turno en Dulces El Pórtico S.A.

3 comentarios:

HERNAN ARISTIZABAL GIRALDO dijo...

Me llama la atención la originalidad de este texto y sobre el mismo debe haber varias lecturas. Una sería alrededor del hecho que representa lo que realmente somos frente a nuestra productividad, es decir, números. En este sentido, percibí -luego de leer rápido el texto en mención- que desde que nos levantamos, estamos en función de la productividad (somos números) y cuando termina el día, cuando empiezan a aparecer nuestros nombres, somos más personas, en la medida en que empezamos a llegar a nuestro entorno natural (mi compañera, mis hijos). Esta es mi primera reacción, Gloria. Lo leeré con más detenimiento en otro momento, porque a esta hora (7:30) soy el 525.678. Este fin de semana, quizá sea Hernán.

Gloria Estrada dijo...

oki 525.678
suerte este fin de semana en el que podemos ser algo más que una estadística (de los que toman café, de los que comentan los blogs de los amigos, de los que usan medias con rombos, de los que se bañan todos los días etc etc etc)

Víctor dijo...

Tienes razón, Gloria: somos sólo números (solos) anhelando el infinito. Te mereces un 10.

Saludos lelos!!!