lunes, 7 de septiembre de 2009

Una promesa

Se me ocurre

Hoy, cuando termine el día, no voy a hacer preguntas ni a calificar nada. No voy a proponer nada. Voy a acostarme sobre la espalda y levantar los pies contra la pared de mi cuarto. Voy a mirar alternadamente mis pies, la pared, el bombillo, el techo; el bombillo, la pared, mis pies. Voy a pensar en que tengo que cortarme la uñas, que nunca me he hecho un (¿una?) pedicure, que mi dedo largo no es tan largo como me dijeron. Voy a pensar que va siendo hora de pintar de nuevo, tal vez con otro tono, tal vez otro pintor. Voy a felicitarme por la caperuza que le puse a la bombilla y a detenerme en cada rayito de luz que sale por su tejido. Voy a sentirme alegre por tener un techo de tablilla, que refresca y acoge. Voy a abstraerme. No voy a escuchar ni oler. Voy a quedarme callada mientras la noche se expande y cubre todo; cubre las calles y las montañas, las palabras y las promesas, los dolores de siempre, las luchas y el hambre, otros disparos y otras batallas. La ceguera eterna. Eso es. Hoy, cuando termine el día, no voy a hacerme preguntas ni a preocuparme por nada. No voy a llorar por lo que ya fue, por lo que no ha sido, porque el mundo es así. Voy a hipnotizarme hasta quedar sumida en el artificio de que no estoy cansada de casi todo.

4 comentarios:

Martín Gardella dijo...

A veces me pasa. Creo que puede ser una buena terapia!

Víctor dijo...

Pues suerte y buenas noches, Gloria. Un poco de introspección siempre va bien.

Saludos lelos!!!

a dijo...

¿y cumpliste tu promesa?

Gloria Estrada dijo...

Amigos, la cumplí, no ese día (que no dejaron) pero la noche siguiente sí. Y efectivamente relaja. Una dosis de calma necesaria.
Gracias chicos ("a" es un chico, no?)