miércoles, 21 de octubre de 2009

Drama en dos actos

Eran casi las diez de la noche cuando los disparos terminaron. Marleny levantó un centímetro el velo de la ventana y se fue asomando muy de a pocos para intentar adivinar cómo se movían las sombras, a dónde. El callejón apenas iluminado estaba poseído de pasos sin voces; zapatos que bajaban corriendo hacia la cañada y armas que eran ajustadas en alguna de sus partes. De dos casas más abajo, tal vez, llegaba a sus oídos el murmullo de los personajes de la telenovela: disparos con música de fondo, anuncios comerciales entre una contienda y otra; disparos también de amores convenientes, amores no amores. Marleny soltó la cortinilla porque le pareció que alguien venía hacia su rancho y se escurrió, rápido, deslizándose por la pared hasta quedar, otra vez, sentada en el suelo de su sala a oscuras.

Mientras se acostumbraba al silencio devuelto, Marleny recordó a sus hijos muertos. A Weimar, Oscar y Mauricio. En la primera guerra murieron asesinados en esa misma casa a donde los fueron a buscar y ella los escondió en el baño, los negó, los cubrió de sí, de su cuerpo, de su llanto. Ellos la cubrieron con su sangre. Una costra que lleva para siempre, que no remueve. Y hoy otra vez, en esta vieja guerra que se repite, ella ha visto caer a otros hijos y ha visto estupefactas a otras madres. Ya puede ver, ahí sentada, las caras de quienes llorarán a los muertos de esta noche, a los muertos que las sombras dejaron, a los muertos de la mitad del callejón, entre El Alto y El Hueco. A los muertos de la mitad de la cancha, de esta otra noche de disparos, de esta otra guerra que viene siendo la misma.

Ya han pasado los minutos y Marleny se pone en pie y descorre el velo con más arrojo. Otras cortinas —blancas, moradas, de flores—, están haciendo ángulos empujadas por una mano tímida y unos ojos juguetones, sedientos. En el callejón ya no pasa nada. No hay sombras que se muevan ni ruidos contra el suelo. La balacera terminó y Marleny se atreve a pensar que sus vecinos saldrán en silencio, despacio, como cree que debería manifestarse la indignación, a buscar entre un recoveco y otro a los caídos. Pero no. En un segundo veloz el barrio todo parece haberse tomado el callejón en procura de un espectáculo, de un fenómeno de circo; de una herida y una posición para describir sin cautela, precisa y desordenada, a los ansiosos no testigos de la mañana siguiente.

Entre la muchedumbre, Marleny, que va llorando por los escalones, humedeciendo su costra seca, triste, no ve a Nuri su amiga, ni a las dos hijas de ella. “Las únicas sensatas en medio de todo…”, pensó. Y cambió el rumbo para ir a saludarlas. Volvió sobre otros escalones de tierra y de un salto pasó de un montón de escombros al andén improvisado que daba a la casa de su amiga. Desde ahí vio las luces encendidas y siluetas en la ventana. Le bastó acercarse un poco más para escuchar los insultos de Fabio —la pesadilla de hombre que escogió Nuri por marido e impuso a sus hijas por padrastro—, el estruendo de aparatos y cosas arrojadas por los aires; de un lado a otro de ese rancho volaban cosas, se estrellaban contra el suelo, contra la pared, contra la cara, contra las lágrimas.

En medio de esa batalla, y cansada de que también esta historia se repita y sea exactamente como la primera: como si a todos tomara por sorpresa cuando ha estado ahí siempre, Marleny dio media vuelta y asumió con desgano el camino a su casa.

1 comentario:

DorA. dijo...

Tristemente otras historias que se repiten, una y otra vez en nuestro desangrado pais. Lagrimas por los ausentes, los maltratados, los desplazados, por todos, pues seria una lista interminable!

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Apesar de que las historias sean repetidas tu forma de contarlas no lo son. "Valeu" por compartir estas experiencias y desahogarte escribiendo.

TQM