jueves, 2 de septiembre de 2010

Humo

De ningún descubrimiento se trata. No podría ser. Sólo entiendo que la vida es esto. Esta precariedad. Este vacío. Esta pregunta sin respuesta. Este corazón maltrecho. Esta cabeza perdida, este humo. Este ron haciéndome efecto. La vida es nada. Esto no más. Esto que escribo. Este llanto que me atraganta. Ese adiós que no nos dimos. La vida es ese beso sin beso, esa despedida, esa ausencia, ese dolor, esa palabra no dicha. La palabra dicha, gritada, inoportuna. La vida es esta carencia de hoy que puede ser presencia mañana, relleno mañana, promesa mañana, dolor mañana. La vida es esto que hoy es tragedia y mañana es sonrisa, risa. La vida es ese instante de vos regalado una noche, ese instante de vos que me niegas en adelante. Esta lágrima que rueda, este deseo insatisfecho. La vida, vivir. Lo precario de estar aquí, es estar sin estarlo, sin quererlo, sin decidirlo. Estar olvidándolo, ignorando que estoy, que estás, que estamos. La vida es este problema inconcluso, este proyecto en marcha, esta incapacidad de aprender y esta capacidad de entender sin percibirlo. La vida es esta marcha hacia más preguntas, la incertidumbre, el riesgo, el peligro. Nada. No es más. La vida no es andar por ahí sin problemas, sin preguntar, sin amores, ni tropiezos. La vida es esta caída constante, este pararse eventual, de repente, sorpresivo y seguir caminando, eso es la vida, pararse y seguir, encorvado o erguido, mantener la marcha y la sonrisa, el rostro feliz, conforme, triste, miserable, melancólico. La vida es que tú te vayas, que él se vaya, que vos quedés y yo también. Que otros vengan y me salven. Que nadie me salve porque si no soy yo no es nadie. La vida es esto. Nada más que lo que escribo, que el desespero, que la locura de beber, fumar y no lograrlo, no borrarlo. El afán de llegar a casa y soltar estas palabras, este espíritu estrecho, malqueriente, malquerido, sin ideas, perdido. La vida son estas letras, símbolos. La vida es el olor lejos de aquí, de este teclado. Es estar con vos y no estar. Es estar aquí y no estar. Es querer partir cuando uno está llegando. Es querer estar cuando te están echando. La vida. La reconozco. La vida. Esta precariedad. Esto que es nada. El humo. Y ya.


Me sobra inteligencia para entenderlo. Me falta coraje para vivirlo. Y ya. No hay más. Que siga el humo y me acompañe, y cuando se borre todo lo que me cubre, que no me quede más que reír, burlarme, sentirme contenta por lo que no entiendo, por lo que ignoro, por lo que no sé, por lo que estoy olvidando, por lo que voy dejando, por lo que va quedando de mí.

jueves, 19 de agosto de 2010

Aprendiz

“¿Y qué hago entonces para cerrar con llave?”
Cerró.

Yo me crucé de brazos y de piernas
Sentada en la jardinera donde le pedí perdón
Llovía en la montaña
Podía verse
Y él se paró por un momento a contestar el teléfono.
Un timbre que no me gustaba
Una voz allí que me ignoraba.

“¿Llevas las llaves?”
Me entregó las suyas y se puso la chaqueta
No dijo nada
Sólo se alejó
Con las manos metidas en los bolsillos
Y silbando que me olvidaba.

Yo pensé
No pude
Y me venció la tormenta que vi caer sobre otras casas
Arriba
Donde también el plomo caía del cielo
De un dedo.

Me borré.

La puerta quedó sin llave
Pero trancada por dentro.
Ya ni yo podía entrar a esa casa a escamparme.

Me ofreció fumar
Y apenas le recibí un tinto.
La calle sería grande
El tráfico rápido y loco
Mi cabeza no podría con tanto.
Ya estaba atomizada
Y moribunda.
El agua que no llovía
Me daba frío.

“¿Y a qué viene todo esto si ya vos sabías?”
Sí, sí, ya sabía
Y morir también sabemos
Pero no sabemos morir
Tras las puertas y ventanas mojadas
No aprendí la lección que me gritó todos estos años.
Estos daños.

Arrojé las llaves a la alcantarilla.
Y bajo un puente ruidoso encontré una familia
Rota, desconfiada
Famélica
Que en la noche me sembró una navaja para no devolverme unas cosas.

Me fui y no fue nada.
Me fui y fue cerrar sí la puerta con llave.

miércoles, 20 de enero de 2010

Que la muerte los separe

A Lázaro, el corazón a veces le late con rabia y entonces se lo saca, como ya de pequeño le enseñaron, lo pone con cuidado sobre la mesa de noche y le habla. Le pide que se calme, que no vale la pena y le señala, en una clave, que puede seguir latiendo todo lo que quiera, porque nadie podrá detenerlo, pero que tendrá que dejar de reclamarle. Porque lo que el corazón le dice a Lázaro, cuando se llena de ira, es que no lo soporta, que por él ya se hubieran ido ambos al infierno, al fin del mundo, a quién sabe dónde. Después de que le habla, con paciencia, con un poquito de amor y con un montón de rabia correspondida, Lázaro lo pone de nuevo en la cavidad que le toca, acomoda un poco, ajusta la pequeña cremallera y espera, uno dos tres cuatro segundos, a que ese mismo corazón reanude los latidos, unos latidos tranquilos y sosegados con los que le dirá que lo ha perdonado, que le perdona la vida, que le perdona que repita otra vez lo mismo y lo someta a estados que ya sabe que se avecinan. El corazón de Lázaro quiere sacarse a Lázaro por algún lado y no tener que negociar decisiones con él, que es tan difícil, carece de sensatez y se rasura el pecho. Al corazón, Lázaro lo estruja muchas veces con fuerza, lo reta a quedarse callado, pasmado, comprimido. Lo reta a seguir latiendo.