lunes, 29 de junio de 2009
Camino a Ilheus
jueves, 25 de junio de 2009
Cuadro
lunes, 22 de junio de 2009
Génesis
Minicuento
Decir adiós le costaba tanto que se encerró en el cuarto desde las diez de la mañana para no ver cuando partía. Encendió el televisor para ver nada pero no pudo evitar escuchar la venta de un ayudante computarizado para mercar. También escuchó la lluvia que caía cuando él cerró la puerta y se fue sin decirlo, sin decir que era para siempre. Pero ella sabía que se había terminado. Era el adiós que no quería poner en palabras pero que estaba ahí, en cada partícula de aire que respiraba. Sentía que lloraba pero no lograba identificar por qué, había visto venir la despedida desde el principio, quizás la había anticipado, no, más bien la había provocado sin quererlo. Se equivocó. Tal vez. Salió de su cuarto casi a la medianoche y sólo entonces se dio cuenta de lo que había empezado.
sábado, 6 de junio de 2009
Matar
¿Qué pasa del otro lado de un cañón cuando se dispara un arma? ¿Qué se morirá también de ese lado al mismo tiempo que se derrumba al frente el cuerpo de una persona? Supongo que debe matarse también un poco, o mucho, el asesino, algo del asesino. Creo que con cada muerte propinada, con cada homicidio, se mata algo también, o mucho, de nuestras sociedades, de lo que somos como grupo que comparte un espacio en el planeta. Además de la muerte de las historias, del futuro, de la familia. En su cortedad, pienso yo, el verdugo cree que sólo está dando muerte a un fulano o fulana. No sabe, o no quiere saber o no tiene por qué saberlo, que se está matando también a sí mismo, a los suyos, y está matando algo en el aire que respiramos, en las ideas, en los paisajes.
¿Qué nace del otro lado del cañón cuando se dispara un arma? Surgirá el principio de otra muerte, otra venganza, otro negocio, otra forma de vivir. Ya sabemos que se alimentan los odios, el miedo, el poder de unos sobre otros. En fin, se nutre el eterno círculo que vivimos aquí y allá, hace dos siglos y hoy, ellos y nosotros.
Yo apenas he visto un arma a un metro de mí, reposada sobre una mesa. Decían que era bonita, que había algo en la cacha que la diferenciaba de otras, no sé qué más dijeron porque yo estaba paralizada. Matar. Eso hace esa herramienta y no se vale que sea bonita o fea; disparada o no, disparada siempre y en todas direcciones, como un riego por aspersión, una mala fumigación que nos extingue, que nos reduce a una luz vaga, nos oscurece.
martes, 2 de junio de 2009
Rutina
Suponía que ese otro estaría por ahí encartado con tantas frases, con tantas afirmaciones, regalándolas, vendiéndolas, siendo feliz tal vez. De todas formas, pensaba yo, era mucho mejor tener certezas que preguntas. Que era más fácil compartir las primeras y que, al fin y al cabo, ésas y no las otras son las que todos buscan. Tendría entonces, por supuesto, cientos de amigos, muchos más que yo. Más oportunidades, más alegrías. ...Pero saberlo todo a veces debería resultar aburrido... hasta creí. Definitivamente necesitaba encontrarlo y sostener con él o ella una conversación infinita, hasta el fin de mis días.
Fui a lugares festivos pensando que ése tendría que ser su espacio si era feliz. Busqué en ventas de helados, conciertos, fiestas de quince, celebraciones de aniversario, centros comerciales, discotecas, centros de meditación, prostíbulos, moteles. Me encontraba siempre con el mismo “no sé” cada que preguntaba por el que tiene las respuestas. Decidí buscar en los lugares tristes entonces, con suerte me estaría buscando. Pero en bares, confesionarios, cementerios, casas de empeño, bancos, oficinas de pago, hospitales, cárceles, divanes, tampoco estaba.
Ya, sentado, cansado, en la última barra que me acogía, me pregunté para qué lo andaba buscando, qué iba a hacer con todas las respuestas, para qué las quería si iba a agotar mis días escuchando y tratando de entenderlas. Desde lejos me observaba la chica que servía los tragos en la cantina. Yo sentía que se me estaban saliendo las preguntas por todos lados y que por eso ella me estaba mirando. Noté que se acercaba, disimulada. Cuando la supe cerca hice mi último intento, sin esperanza, y le pregunté por el que tenía las respuestas. Me miró como si no entendiera y me increpó “¿Acaso hay alguien que las tiene? ¿Qué quiere saber?”
Suspiré al confirmar lo que ya sabía, que todo este tiempo lo había perdido y, tal vez porque ya tenía muchos tragos en la cabeza, me entregué a la idea de que las respuestas estarían regadas por ahí, dispersas, por todas partes, por todas las personas. Y entonces yo, que no tenía nada, tendría que llenarme de valor para salir de aquella taberna a encontrarme con la vida, la única que me llevaría a los lugares y a las personas que me entregarían, a pedazos, mis respuestas.
Escrito en abril de 2006