jueves, 16 de abril de 2009

Mecanógrafo

Pa pa pa pa. Volvían a sonar sobre la mesa de estudio los dedos. En la mente la imagen de las letras marcadas con lapicero sobre la madera. ASDF espacio ÑLKJ espacio. Estaba oscuro allá afuera y en el corredor de la casa no debía haber nadie. El golpeteo apenas se detenía a intervalos. Era de noche y todos dormían. Sólo ella escuchaba al practicante nocturno de mecanografía. ASDF espacio ÑLKJ espacio. Pero ésos eran unos dedos fuertes. Aquel fantasma no tenía que hacer esa práctica. Ella sí. Era para fortalecer sus deditos de niña de siete años, decía el papá que quería asegurarse de que le diera con fuerza a cada tecla de la vieja máquina de escribir marca Remington que su hermano había traído de un basurero en Estados Unidos.

Pa pa pa pa. Quería tener el valor de levantarse de la cama a preguntarle a alguien si escuchaba lo mismo. O de asomarse afuera para ver de quién o de qué se trataba. El miedo la petrificaba. Sólo cubría su cara, se tapaba los oídos en vano y pedía mentalmente que lo que fuera se callara. En medio del miedo lograba olvidar el sonido o quedarse dormida.

Así fue durante varias noches. Al acostarse todos, sólo un instante después, volvía. Pa pa pa pa. Y el sonido era nítido y cercano. Aparecía. Sólo algunas veces se escuchaba que abría la puerta, buscaba algo en el refrigerador y corría la silla frente a la mesa para la práctica. ASDF espacio ÑLKJ espacio. La enloquecía.

A la luz del día sólo ella había escuchado. Y se iba a rozar las letras en la madera, a revisarlas. Esperaba encontrar algún mensaje, algún indicio, algo perdido, algo olvidado. Pero no había rastro. Hacía su práctica con los pies colgando de la silla roja pero ya no lograba concentrarse en lo que hacía. Ya era mecánico lo que hacía. ASDF espacio ÑLKJ espacio. Ya había aprendido la lección pero era de estar pensando en lo inexplicable, en el miedo.

En la noche renacía la esperanza de que no volviera. Pero también llegó a pensar que una buena noche el practicante sacaría la máquina de escribir del armario y empezaría a escribir. Tac tac tac tac. Entonces las teclas reales tendrían que escucharlas todos y despertar. Pero no. El sonido siguió siendo el sonido hueco de la madera; hasta que ella misma cogió la máquina y empezó a combinar las letras con sus dedos todavía pequeños pero tan fuertes que hizo callar al fantasma.

Escrito en julio de 2005

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